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agosto 29, 2013

MI 93 CUMPLEAÑOS ;)

16 de julio del 2063 (UN REGALITO DE CUMPLEAÑOS) Un año más, gracias universo !! Recuerdo cuando cerca de un cumpleaños, el 43, en La Granadella, tenía una del las primeras charlas con Vero. O cuando no pude bucear al aplastar mi dedo gordo del pie con el asiento de la furgo, también ese mismo 43. Es tradición ya, aún hoy, celebrando 93, hacer un buceito nocturno en La Granadella, parezco un chiquillo de acá para allá. Cincuenta años hace, y creí ya haberlo vivido todo entonces, iluso de mi. Cuanto dolor y sufrimiento me faltaba por ver. Que manera de acabar con todos los recursos, para terminar de nuevo, besando cada palmo de tierra y lamiendo cada roca. Me dispongo a preparar mi furgo, viejita, mucho, y lenta como ella sola. Ahora solo le faltaba mi nuevo combustible de hojas de arbol, no te diré cual, y mi ingrediente secreto, que tampoco. No contamina, pero apesta. Intento de nuevo entrar con ella a la ultramoderna via z7, cullera/javea, pero parece que me hayan olido. Registro de rigor, pero para drogas ultramodernas, la vieja maria ni la detectan. Media vuelta y por la vieja A7. A medida que me acerco a la Granadella tengo un presentimiento, algo no va bien. Llevo casi tres décadas inmerso en cada una de las grandes batallas, y no he podido cumplir con mi inmersion nocturna de aniversario. Hace ya como diez años que el mar cambió de color, de azul a un tono violeta. La ciénaga que he visto hoy al llegar es indescriptible. Preparo mi equipo, intento relajar sin resultado mi respiración. Está muy oscuro, ya casi ni reconozco la cala. Me equipo y entro al agua. Mi regulador rompe el silencio soltando aire como loco, al tiempo que meto ya la cabeza, enciendo mis focos y la cámara del rulo. Solo hay arena, de un color naranja que fluorece con los focos. No puedo parar de aletear, mi respiración va a mil, intento relajarla, no puedo. Me dirijo a la pared de enfrente, esperando encontrar algo de vida en las rocas, nada, ni rastro. Aleteo y aleteo, y al salir de la cala a mar abierto, en dirección a Ambolo, veo una inmensa luz en el fondo, me dirijo a ella. Parece estar cerca, pero conozco la ruta, y hay una hora hasta ella. Aleteo frenéticamente, miro mi manómetro y se que no tendré aire para la vuelta, ya veré. Mis pulmones no dan a basto, no necesito ya focos, esa luz verde ilumina todo el fondo, toda esa arena naranja y su brillo tóxico. Comienzo a marearme y bajo el ritmo, estoy cerca. Aleteo y aleteo, exausto, y comienzo a adivinar siluetas en la gran montaña de luz. En décimas de segundo esa visión desgarra mis entrañas. Se me escapa un grito, y con él, el regulador y las gafas. Pronto recupero todo. Atunes, delfines, meros , miles, millones de doncellas y mojarras, de sargos picudos y breados, esponjas y erizos, cangrejos y salpas. De eso se componía la montaña de luz, todos los seres vivos del mar. Imperecederos, como de cera, alguna toxina por la que también brillaban. No podía dejar de llorar, las lágrimas llenaban una y otra vez mis gafas, y el regulador nuevamente se salía de mi boca, tragaba agua, vomitaba, respiraba. Recorrí millas sobre esa montaña, mar adentro, hasta que de repente, todos los peces comenzaron a levantarse y nadar, alegres y vivos, recuperando sus colores. La posidonia crecía y crecía sin parar, y yo no podía dejar de reir y reir, que belleza, que recuerdos, ¿que estaba pasando? Pronto comprendí, la pena me mató, había muerto. Toni Maroto

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